¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar. (Isaías 48:18)
Un folleto explicativo acompañaba varios arbustos que había comprado. En él se daban consejos indispensables para tener éxito en la plantación. En grandes letras decía: «Leer atentamente y poner en práctica».
El mismo consejo podría darse a quien lee la Biblia. Ella no debe ser leída como un libro cualquiera, sino como el libro por medio del cual Dios nos habla para que pongamos por obra lo que nos dice. Esto es así, porque la Biblia no es una novela histórica, ni de ficción, y menos un libro de filosofía. En ella Dios nos expone su plan de salvación para la humanidad. Como todo libro tiene un personaje principal, el cual es Jesucristo, el Hijo de Dios. En su Palabra vemos cómo Dios mostró su poder al crear el universo, y asimismo, cómo manifestó su bondad al venir en persona a la tierra para salvar al hombre caído en el pecado a través de su Hijo, el Señor Jesús.
Pero sin dudas, la parte más importante de la Biblia, es lo que Dios nos dice acerca de lo que el ser humano debe hacer para agradar a Dios: confesar sus pecados, aceptar la gracia del perdón gratuito y recibir a Cristo como el único salvador (Juan 1:12). Ahora, qué pasa si yo solo oigo la Palabra, pero no la pongo en práctica? La Biblia es clara al decir: «Si alguno es oidor de la palabra, pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era» (Santiago 1:23-24).
Por eso es tan importante que como creyentes, a lo largo de nuestra vida cristiana, que obedezcamos las instrucciones que Dios dejó en su Palabra para nosotros. Nuestro Padre nos ama y sabe lo que es bueno para nosotros, pues decir que: «Sus mandamientos no son gravosos» (1 Juan 5:3). No olvidemos lo que dijo el Señor:
Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7:24–27)
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