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Amados individualmente



No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. (Isaías 43:1)


Esa noche, con aire preocupado, Paulina dijo a su madre:

—Mamá, el Señor Jesús murió en la cruz para salvar a los que creen en él. Pero hay tanta gente que ha creído, como yo, que me pregunto si verdaderamente él me ama a mí.


La madre le respondió:

—Paulina, tienes un hermano y una hermana. ¿Crees que te amamos tres veces menos que si fueras hija única?

—¡No, por supuesto!

—Tienes razón. Te amamos como nuestra hija, el número de tus hermanos y hermanas no cambia en nada esto. Tú eres nuestra Paulina, eres única e irremplazable para nosotros. Cuando partimos una torta, la porción para cada uno es más pequeña si somos muchos. Pero el amor del Señor no se comparte como una torta. Su amor es divino, infinito.


Los creyentes son muy numerosos, es verdad, pero no por eso son menos amados en lo particular. En muchos aspectos de la vida, somos un número, somos solo una lista de dígitos que nos identifican; no así para Dios, no, para Él, no somos un número o alguien del montón, sino que somos parte de Él y nos ama a raíz de que nos ha adoptado como hijos.


Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó, y a los que justificó, a estos también glorificó. (Romanos 8:29–30)


Nuestro Salvador ama a cada uno de los suyos de manera individual, íntima y personalmente, por lo tanto, cada creyente puede decir con toda seguridad, así como dijo el apóstol Pablo: «El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).


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