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Amando lo que Dios ama



Los que amáis a Jehová, aborreced el mal; Él guarda las almas de sus santos; de mano de los impíos los libra. Luz está sembrada para el justo, y alegría para los rectos de corazón. (Salmo 97:10–11)


El Salmo 97 es un canto de alabanza a la majestad y soberanía de Dios. En medio de esa grandeza, el salmista nos recuerda una verdad fundamental para los hijos de Dios: si amamos al Señor, debemos aborrecer el mal. Nuestro amor por Dios se refleja en nuestro compromiso con la justicia, la verdad y la santidad.


Dios no solo es un Dios de amor, sino también de justicia. El aborrecer el mal no significa simplemente evitarlo, sino rechazarlo de manera activa. Vivir para Dios implica un cambio profundo en nuestros deseos y acciones. Como cristianos, no podemos tolerar ni participar en aquello que desagrada a Dios. Es un llamado a apartarnos de todo lo que nos aleja de su santidad.


El versículo también nos da una promesa preciosa: Dios guarda a sus santos. Él protege nuestras almas y nos libra de las manos de nuestros enemigos espirituales, pero también de los impíos. Esta protección divina no siempre significa la ausencia de pruebas o dificultades, pero sí garantiza que Dios está con nosotros y nos sustenta en cada momento. Nuestra confianza no está en nuestra capacidad, sino en su fidelidad.


Finalmente, el Salmo nos deja con una imagen hermosa: «Luz está sembrada para el justo». Para aquellos que buscan vivir en la luz de la verdad de Dios, hay una promesa de gozo y alegría. Aun cuando el camino pueda ser difícil, Dios nos da luz para guiarnos y alegría en nuestros corazones cuando caminamos en sus caminos.


Por lo tanto, hermanos, pidamos a nuestro Dios que nos ayude a amar lo que Él ama y a aborrecer el mal tal como Él lo hace. Que nos dé un corazón recto que busque su justicia y su verdad. Todo esto, sin olvidar de darle las gracias por toda su protección, así como por la luz que siembra en nuestro camino. 


Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en Él se refugia! Temed al Señor, vosotros sus santos, pues nada les falta a aquellos que le temen. (Salmos 34:8–9 LBLA)

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