En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia. (Proverbios 17:17)
Con respecto a lo de los amigos, una creyente escribió lo siguiente: «En la escuela secundaria, tenía una “a veces amiga”. Éramos “compinches” en nuestra iglesia, y ocasionalmente nos reuníamos fuera de la iglesia. Pero en la escuela, la historia era distinta. Si nos cruzábamos a solas, quizá me saludaba, pero solo si no había nadie cerca. Al darme cuenta, dejé de intentar captar su atención dentro de las paredes de la escuela. Yo conocía los límites de nuestra amistad».
Quizá todos hemos experimentado amistades no correspondidas o condicionales, pero hay otra clase de amistad que no tiene límites: la que tenemos con quienes tenemos un mismo sentir, dispuestos a compartir la vida con nosotros. Un buen ejemplo de este tipo de amistad son David y Jonatán. Ellos eran amigos que se amaban mutuamente: «el alma de Jonatán quedó ligada con la de David» y lo amó «como a sí mismo» (1 Samuel 18:1–3). A pesar de que Jonatán era el heredero del trono de su padre Saúl, fue leal a David, el sucesor escogido por Dios. Incluso, ayudó a que escapara de los dos planes de Saúl para matarlo (19:1-6; 20:1-42). Sin importar las circunstancias, Jonatán y David siguieron siendo amigos, confirmando la verdad del versículo de encabezado: «En todo tiempo ama el amigo».
Existirán ocasiones en las que tendremos que perdonar a nuestros amigos, porque les amamos, cumpliendo así lo que dice en Proverbios 27:6, diciendo que «fieles son las heridas del que ama». La amistad exige que seamos fieles, ya que estas relaciones se basan en la confianza. Tal fidelidad también ofrece un atisbo de la relación de amor que Dios tiene con nosotros (Juan 3:16; 15:15). Y por amistades así, entendemos mejor el amor de Dios.
Puede que a veces no tengamos amigos así, pero podemos pedirle a Dios que nos dé amistades de este tipo, en las cuales haya amor, confianza, fidelidad, y un mismo sentir en Cristo Jesús.
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