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Amor enfriado



No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades. Pues Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo. Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto. Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros. (1 Samuel 12:21–24)


Muchos de los métodos modernos de buscar alegría por medio de las diversiones nos recuerdan a la anciana que llevó a algunos niños al circo, y cuando uno de ellos, asustado por el espectáculo, empezó a llorar, lo tomó por el cuello diciéndole: 

—Te traje aquí para que te diviertas. Diviértete ¿entiendes? Y lo volvió a sacudir. 


Muchos sacuden a sus pobres almas llorosas, lánguidas, y tratan de que se diviertan. Cuando un hombre tiene que decir a su alma: «Come, bebe, regocíjate», como lo hizo el hombre rico, entonces sabemos que en realidad no se divierte. Quiere olvidar su condición de hombre mortal, que ve deslizarse su vida hacia una vejez y decrepitud sin esperanza. La verdadera felicidad se halla no en la distracción pasajera, sino en la esperanza que perdura.


¿Por qué nos apartamos en pos de las cosas del mundo? Probablemente, porque no estamos lo suficientemente cerca de nuestro Dios y ya no nos sentimos tan atraídos hacia Él, por eso es que el brillo del mundo nos parece más atractivo de lo que debería ser. A veces, pareciera que hemos perdido nuestro primer amor. 


Sin embargo, lo maravilloso es que a pesar de nuestra infidelidad, nuestro Dios no nos desampara, no se aleja de nosotros a pesar de que nosotros sí nos alejamos de Él, pues siempre permanece fiel (2 Timoteo 2.13). Él es paciente y nos espera, mientras nos atrae con cuerdas de amor (Oseas 11:4).


Mis hermanos, si nuestro amor por Dios se ha enfriado y estamos mirando con buenos ojos al mundo, pidámosle a nuestro Dios que encienda nuestro amor por Él, para que podamos obedecer el principal mandamiento:


Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. (Marcos 12:30).

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