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Amor por las almas perdidas



Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (2 Pedro 3:10)


Cada hijo de Dios anhela su venida (o por lo menos deberíamos anhelarla). Ese glorioso día cuando veamos a nuestro Amado descender desde las alturas para buscar a los suyos. Y lo deseamos cada día más al ver cómo la maldad de este mundo aumenta diariamente. No obstante, Dios nos dice en su Palabra:


¡Ay de los que desean el día de Jehová! ¿Para qué queréis este día de Jehová? Será de tinieblas, y no de luz; como el que huye de delante del león, y se encuentra con el oso; o como si entrare en casa y apoyare su mano en la pared, y le muerde una culebra. ¿No será el día de Jehová tinieblas, y no luz; oscuridad, que no tiene resplandor? (Amós 5:18-20)


Claro, es cierto que para nosotros no será así, es decir, para sus hijos será hermoso, ya que nuestros cuerpos serán cambiados en un abrir y cerrar de ojos (1 Corintios 15:51-52), podremos conocer como hemos sido conocidos (1 Corintios 13:12), y por fin seremos librados de las ataduras del pecado, aquella ley que mora en nuestros miembros (Romanos 7:24). Pero ¿y qué hay de los inconversos? Para ellos será horrible, ya que su palabra nos dice qué va a pasar con ellos:


Por tanto, esperadme, dice Jehová, hasta el día que me levante para juzgaros; porque mi determinación es reunir las naciones, juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira; por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra. (Sofonías 3:8) 


Si verdaderamente amáramos a nuestro prójimo (como nos mandó Dios) estoy seguro de que estaríamos rogándole a Dios un poco más de tiempo para predicar su evangelio por amor de esas almas. Es más, nuestra oración diaria debería ser esta: «Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte» (Proverbios 24:11).


Mis hermanos, por más que deseemos partir a estar con nuestro Señor, no nos cansemos de hacer el bien (Hebreos 13:16); sigamos predicando y orando por las almas perdidas de este mundo, mostrando la misma misericordia de nuestro Dios (2 Pedro 3:9).

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