Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Colosenses 3:15)
Un creyente se sentía desanimado al ver sus zapatos ya gastados y sin posibilidades de comprar otros. Estaba a punto incluso de murmurar contra el Señor, cuando se cruzó con un cochecito en el que iba un hombre con las piernas cortadas. Entonces el creyente comprendió que había algo mucho peor que tener los zapatos gastados, y del fondo de su corazón no pudo por menos que dar gracias al Señor por su misericordia al darle unos pies donde calzar unos zapatos, aunque fuesen viejos.
Una de las cosas que más se nos dificultan como creyentes es el ser agradecidos con Dios. Nuestra carne siempre está deseando lo que no tiene, lo que, a nuestro juicio, «nos hace falta», en vez de gozar de lo que ya tenemos. Por el contrario, no centramos nuestra atención en lo que Dios ya nos ha provisto, sino que nos enfocamos en lo que carecemos, lo cual, nos lleva, no solo a ser malagradecidos, sino que, además, a quejarnos contra Él. Muchas veces se cumple en nosotros lo que dice en Santiago:
Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Santiago 4:3)
Pero he aquí la misericordia y paciencia de Dios, quien en vez de reprendernos, de disciplinarnos por no agradecer, se toma el tiempo y nos hace ver las cosas de la perspectiva correcta. Así como en la ilustración del principio, nos quejamos cuando podríamos estar mucho peor o no tener nada de Dios nos ha provisto.
Mis hermanos, pidámosle a Dios que nos ayuda a ser agradecidos, a que no tomemos nada por sentado. Aprendamos a agradecer las bondades de nuestro bendito Dios, también por esas misericordias que se renuevan cada día (Lamentaciones 3:22–23), sin las cuales no podríamos vivir.
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