
Versión en video: https://youtu.be/NcCzX2Sjgfo
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. (Mateo 11:29)
En un mundo donde la arrogancia es exaltada y la autosuficiencia es vista como fortaleza, Cristo nos llama a un camino diferente: la mansedumbre y la humildad. No se trata de debilidad ni de falta de carácter, sino de una actitud de entrega y confianza en Dios. Ser manso y humilde significa reconocer que no somos el centro de todo, sino que dependemos completamente del Señor.
El Señor Jesús es nuestro mayor ejemplo. Aunque tenía todo el poder y la autoridad, no vino a la tierra con orgullo ni con imposiciones, sino con un corazón dispuesto a servir. Soñó incontables personas, echó fuera demonios, lavó los pies de sus discípulos, soportó la burla y el rechazo, y se humilló hasta la muerte en la cruz. Su mansedumbre no fue pasividad, sino fortaleza bajo control.
Cuando somos mansos y humildes, dejamos de pelear nuestras propias batallas y aprendemos a confiar en Dios, dejando que sea Él el que obre en nosotros. Esto significa que no buscamos venganza ni imponemos nuestra voluntad, sino que nos rendimos a su dirección. Esta actitud nos libera del peso del orgullo y nos da paz en medio de la adversidad.
Si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo, debemos aprender de Él. Esto implica morir al ego, ser pacientes con los demás y servir con amor, sin esperar reconocimiento. Cuando adoptamos su yugo, experimentamos el verdadero descanso, porque dejamos de luchar con nuestras propias fuerzas y empezamos a vivir en la gracia de Dios.
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