Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. (Lucas 13:5)
En este pasaje, el Señor Jesús enfrenta una mentalidad común en su tiempo (y aún hoy): la idea de que las tragedias ocurren solo como resultado directo de los pecados de una persona. Sin embargo, el Señor no solo rechaza esta noción, sino que dirige la atención hacia algo mucho más urgente: la necesidad del arrepentimiento personal.
Los galileos asesinados y las víctimas del derrumbe en Siloé (Lucas 13:1-5) no murieron por ser más pecadores que otros. Cristo aclara que la muerte física, aunque inevitable, no es lo más importante. Lo que verdaderamente importa es nuestra relación con Dios y nuestra disposición a arrepentirnos de corazón.
El mensaje de Jesucristo es claro y directo: todos necesitamos arrepentirnos. Él no señala a un grupo específico, ni culpa a unos más que a otros. En cambio, nos muestra que todos somos pecadores y necesitamos reconocer nuestra condición delante de Dios. Sin el arrepentimiento y la fe en Cristo, enfrentaremos una separación eterna de Dios, que es la verdadera tragedia. Por eso su Palabra dice:
Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. (Hechos 3:19)
¿Hay áreas de nuestras vidas donde necesitemos arrepentirnos sinceramente? No esperemos una crisis o una tragedia para acercarnos a Él. El arrepentimiento no es solo para evitar consecuencias; es un acto de humildad, fe y obediencia que nos lleva a disfrutar de una comunión más profunda con Dios. Asimismo, el arrepentimiento nos da esperanza porque sabemos que Dios es fiel para perdonarnos y restaurarnos. En lugar de temer la muerte o el juicio, podemos vivir con paz y confianza en Cristo, quien nos da vida eterna.
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