Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. (Jeremías 29:13)
Este versículo nos muestra la promesa de Dios: cuando lo buscamos sinceramente, con un corazón entregado completamente a Él, ciertamente, lo encontraremos. Dice en otro lugar de la Biblia: «Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan» (Proverbios 8:17). No obstante, no se trata de una búsqueda superficial, sino de una búsqueda que involucra todo nuestro ser. Dios no se oculta de aquellos que lo buscan con fervor, al contrario, Él se deja encontrar por quienes tienen hambre y sed de su presencia.
En Salmos 27:8, David expresa su corazón diciendo: «Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro, Jehová, buscaré». David entendió la importancia de buscar a Dios continuamente. Porque no es suficiente buscar a Dios solo en los momentos de necesidad o desesperación, sino que debemos buscarle todos los días. Y este versículo nos recuerda que Dios mismo nos llama a buscarlo.
Dios, en su naturaleza bondadosa, nos premia cuando le buscamos, puesto que dice en Hebreos 11:6, «Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan». Dios no solo promete que lo encontraremos, sino que también bendecirá a aquellos que lo buscan con diligencia. Esta bendición puede manifestarse de muchas maneras: paz en medio de la tormenta, sabiduría para tomar decisiones, y la certeza de su amor y cuidado en cada aspecto de nuestras vidas, por ejemplo.
Mis hermanos, ¿estamos buscando a Dios con todo nuestro corazón? ¿O lo hacemos por costumbre? Recordemos que la búsqueda de Dios es un mandato que requiere sinceridad, constancia, fe y diligencia. Y cuando le buscamos con todo nuestro corazón, lo encontraremos, y Él será nuestro refugio, nuestra guía y nuestra mayor recompensa.
Dediquemos tiempo, cada día, para buscar al Señor en oración, en la lectura de su Palabra y en la adoración, para que así, podamos ser un pueblo conocido por su insaciable deseo de buscar a Dios, confiando en que Él cumplirá su promesa de dejarnos encontrarle.
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