Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:25–27)
A un pastor de jóvenes de Chicago se le ocurrió una idea ingeniosa para mantener a su grupo en el camino angosto. Preocupado de que las cálidas playas de Florida, que eran el sitio de su próximo viaje de evangelización, distraerían a los adolescentes de su propósito, hizo una cruz con dos pedazos de madera. Justo antes de que subieran al autobús, se la mostró al grupo:
—Quiero que todos recuerden que el propósito total del viaje es glorificar el nombre de Jesucristo, levantar la cruz: el mensaje de la cruz, el énfasis de la cruz, el Cristo de la cruz, anunció.
—Así que vamos a llevar esta cruz dondequiera que vayamos.
Los adolescentes se miraron unos a otros, algo inseguros del plan; pero convinieron en hacerlo, y arrastraron la cruz al autobús. Todo el camino hasta Florida rebotó de un lado a otro del pasillo. Entró con ellos a los restaurantes. Se quedó por las noches donde ellos se quedaron. Estuvo en la arena mientras ellos ministraban en la playa. Al principio, arrastrar la cruz abochornaba a los muchachos; pero más tarde, se convirtió en un punto de identificación. Esa cruz era un recordatorio constante, silencioso, de quiénes eran y por qué habían venido. A la larga consideraron un honor y un privilegio llevarla.
En general, es difícil vivir una vida enfocada, porque siempre hay algo o alguien reclama nuestra atención. Y desde un punto de los cristianos, tanto el mundo como Satanás nos llenan de distracciones, para que saquemos la mirada de Cristo y comencemos a hundirnos, tal como le pasó al apóstol Pedro cuando caminó sobre el mar (Mateo 14:30).
Mis hermanos, cuando Cristo es el centro de nuestra vida, es decir, lo más importante, a quien más amamos, cuando todo palidece frente al resplandor de la gloria de Dios, entonces podemos decir que nuestro estamos comprometidos, verdaderamente, con Dios. Sin embargo, cuando Él ocupa el segundo, tercero o cuarto lugar, entonces Cristo no es el Rey y Señor de nuestras vidas. ¿Amamos al Señor por sobre todas las cosas? ¿Ocupa Cristo el primer lugar de nuestra vida?
Comments