Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:48)
Una enorme multitud contemplaba al famoso caminador de cuerda floja, Blondín, cruzar las cataratas del Niágara un día en 1860. Las cruzó numerosas veces, en un recorrido de como 300 metros, como a 50 metros sobre las aguas rugientes. Y no solo las cruzó, sino que también empujó una carretilla mientras lo hacía. En medio de aquella multitud había un niño pequeño, el cual estaba contemplando con asombro tal acto. Así que después de completar un cruce, el hombre miró al niño y le dijo:
—¿Piensas que puedo llevar a alguien en esta carretilla sin caerme?
—Sí, Señor, en realidad lo creo.
—Entonces, hijo, súbete.
Creo que todo creyente, cuando lee el versículo del encabezado, se pregunta con absoluta incredulidad: ¿Yo, perfecto? Y es más, posiblemente, nos preguntemos, ¿por qué Dios me manda a ser perfecto cuando sabe que eso jamás lo podremos alcanzar? Él sabe perfectamente que somos polvo, imperfectos y unos pecadores empedernidos. Hay dos razones por las cuales nos lo dice.
La primera tiene que ver con reconocer nuestra incapacidad delante de Él, es decir, que frente a su mandamiento de perfección debemos humillarnos y reconocer que para nosotros es absolutamente imposible obedecerlo. Bien nos dijo el Señor: «Porque separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5b). Por lo tanto, necesitamos a Dios para todo, especialmente en lo que la perfección se refiere.
Y la segunda razón tiene que ver con la primera, pues Dios desea que confiemos en Él, que depositemos toda nuestra fe en su poder para ayudarnos, para que así podamos decir como Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Sin embargo, Él es paciente con nosotros, puesto que conoce nuestras limitaciones.
Mis hermanos, ninguno de nosotros puede ser perfecto por sus propios medios, pero lo hermoso es que no estamos solos, pues en nosotros mora el Espíritu Santo de Dios, y si nos dejamos guiar por Él, ciertamente, podremos ser moldeados y alcanzar la estatura de Cristo como dice Pablo en Efesios. Así que, pongamos toda nuestra confianza en nuestro bendito Dios, y que Él nos ayude a obedecer sus mandamientos.
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