No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta. (Romanos 12.2 NTV)
Como regla general, cuando la mayoría de los cristianos leen estos versículos, muchos piensan que Dios se refiere a los bailes, las fiestas, la música, las vestimentas, modas, etc. No obstante, esto va más profundo, pues implica más cosas, tales como hacer lo que ellos hacen, vivir como ellos viven, desear y buscar obtener las mismas cosas que desea el mundo, celebrar las mismas celebraciones que ellos, actuar como ellos lo hacen etc. En síntesis, es imitar cualquier conducta o deseo que tiene el mundo. Y sabemos lo que nos dicen las escrituras:
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2.15–17 RVR60)
En general, estos versículos no dan para mucha interpretación, porque son en extremo claros. Sin embargo, lo que pasa con los cristianos en estos días nos hemos vuelto “artistas circenses del trapecio” en cuanto a la interpretación bíblica. Es que con tal de acomodar las escrituras para justificar nuestra desobediencia a Dios, hacemos piruetas y malabares cada vez más difíciles de imitar y que cada día se alejan más de las verdades bíblicas. Aunque, estos malabares fascinan y deslumbran a las masas de cristianos que no escudriñan las escrituras, ya que les dicen: “sigue viviendo como se te antoja, con tal Dios te ama y te perdona” o el típico, “estamos en la gracia”, como si ese fuera algún tipo de justificativo delante de Dios, cuando es lo opuesto (Romanos 6.1).
Por ejemplo, si tomamos alguna de las palabras que dijo el Señor Jesús a los discípulos, ¿cuál sería su reacción?
Y dijo a sus discípulos: Por eso os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que la ropa. Vosotros, pues no busquéis qué habéis de comer, ni qué habéis de beber, y no estéis preocupados. Porque los pueblos del mundo buscan ansiosamente todas estas cosas; pero vuestro Padre sabe que necesitáis estas cosas. Mas buscad su reino, y estas cosas os serán añadidas. No temas, rebaño pequeño, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino. Vended vuestras posesiones y dad limosnas; haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro en los cielos que no se agota, donde no se acerca ningún ladrón ni la polilla destruye. Porque donde esté vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón. (Lucas 12.22–23, 29–34 LBLA)
Lo más probable es que le dirán que eso fue dicho para los discípulos directos de Jesús, no para nosotros en estos días; que si vendemos todas las cosas no tendremos donde vivir y no podremos ayudar a nadie; que eso es muy extremista o radical (palabra muy de moda entre los cristianos); que necesitamos trabajar para poder subsistir, porque incluso Pablo lo mandó, etc. ¿Y qué pasa con este otro versículo?
Porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. (1 Ti 6.7–10 RVR60)
Mis hermanos, hacemos piruetas en el aire con tal de no obedecer las palabras del Señor, ni tampoco el resto de las escrituras, porque, uno, estamos muy felices y cómodos con nuestras cosas materiales; dos, amamos demasiado al mundo y nos encanta ser sus amigos; y tres, no estamos dispuestos a vivir por fe sirviendo al Señor Jesús, obedeciendo a lo que él nos mandó. Es que, claro, ese tipo de vida “es solo para los misioneros” (pensará alguno), pero ¿en dónde en las escrituras aparece en la Biblia la palabra misionero?
Lo peor de todo es que, a pesar de darnos cuenta que la Palabra de Dios nos dice que hagamos algo, de todas formas decimos dentro nuestro: “Yo siento, yo pienso o yo creo, que lo que estoy haciendo está bien, así que seguiré haciendo lo que se me antoja, con tal mi conciencia no me acusa”; y así terminamos siendo rebeldes y haciendo lo que a nosotros se nos antoja hacer, desobedeciendo a Dios y su Palabra.
Así que, hermanos, aprendamos a obedecer a Dios y no a justificar nuestras desobediencias, porque bien dicen las escrituras:
¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los carneros. Porque la rebelión es como pecado de adivinación, y la desobediencia, como iniquidad e idolatría. (1 Samuel 15.22–23 LBLA)
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