Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Romanos 8:28)
Leí una historia sobre un naufragio. Cuando el único sobreviviente llegó a una isla pequeña y deshabitada, oró para que Dios lo rescarata. Pero la ayuda no llegó. Al ver que no llegaba la ayuda, construyó una choza con la madera que encontró flotando, para protegerse de los elementos. Un día regresó de buscar alimentos entre la basura y encontró su choza en llamas; el humo subía a los cielos. Entonces, enojado, gritó: —¡Dios, cómo pudiste hacerme esto! A la mañana siguiente lo despertaron personas que vinieron a rescatarlo. Él les preguntó:
—¿Cómo supieron que estaba aquí?
—Vimos sus señales en el cielo.
Ayer veíamos cada aspecto del versículo de Romanos 8:28. Por lo general, cuando citamos este versículo comenzamos diciendo: «A los que aman a Dios…». No obstante, el versículo comienza así: «Y sabemos que a los que aman a Dios…» Como creyentes, nuestro conocimiento viene por fe, por la fe que ponemos en Dios, confianza que nunca nos va a decepcionar, y podemos decir como le dijo Pablo a Timoteo: «Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2 Timoteo 1:12).
Un pastor llamado Lud Golz, escribió lo siguiente: «A veces el amor de Dios casi parece odio por las dificultades que Él permite que nos lleguen. Sin embargo, el resultado final siempre confirma su verdadera naturaleza».
Así que, hermanos, la próxima vez que parezca que nuestra última esperanza se ha esfumado, recordemos lo que «sabemos», que nuestro Dios es la verdad (Juan 14:6), quien cuando dice que todas las cosas nos ayudan a bien, a quienes le amamos, se refiere a ¡todas las cosas! No dudemos de aquel que no miente, de aquel que nos dice que todo nos ayuda para bien.
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