Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (Juan 17:3)
Existen muchos cristianos que confunden el conocimiento de la Palabra de Dios con el conocer al auto de la misma, ya que creen que son sinónimos, pero no es así. Por ejemplo, vemos en los evangelios con los escribas y fariseos, quienes conocían grandes porciones de las Escrituras de memoria, y decían conocer a Dios, sin embargo, aun así, crucificaron al Señor, porque nunca llegaron a conocerle.
Siempre uso este ejemplo: Imagine que usted ha leído todos los libros de un autor x; no solo los ha leído, sino que los he estudiado a fondo. Ahora, ¿podría decir que conoce al autor de los libros? No, usted solo conoce lo que el autor ha dicho en sus libros, pero usted no tiene una relación personal con el autor. Por lo tanto, conocer la Palabra de Dios no es un sinónimo de conocer a Dios. Con esto no estoy diciendo que no debemos conocer la Palabra de Dios, ¡en lo absoluto! Todo lo contrario, es de vital importancia que cada creyente pase tiempo leyendo, meditando y estudiando las escrituras. El Señor dijo:
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. (Juan 5:39)
Pero entonces, ¿cómo podemos llegar a conocer personalmente al Altísimo? Dice su Palabra:
Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. (Jeremías 29:13)
Para hallarle, debemos buscarle de todo corazón, no a su palabra, sino a Él directamente dentro de su Palabra, para así poder desarrollar una relación íntima y cercana con el Todopoderoso.
Así que, hermanos, propongamos en nuestro corazón buscar a Dios con todo nuestro corazón en su Palabra, para así llegar a conocerle íntima y personalmente.
El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia. (Proverbios 9:10)
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