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Crisis de identidad



Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28)


Hace varios años leí acerca de un joven esposo que olvidó que estaba casado. Según la historia del periódico, el día después que los recién casados llegaron de su luna de miel, el esposo llegó a casa desde la oficina con tres horas de retraso. La esposa estaba que echaba humo del disgusto. ¿Qué había pasado? Se había ido a la casa de su madre.


Esta es una historia muy graciosa, pero cuando los cristianos sufren un problema de memoria similar no es tan chistoso. El apóstol Pedro nos recordó a los que hemos creído en Cristo que ya no somos lo que éramos. Como pueblo de Dios, siempre deberíamos tener en cuenta que hemos sido purificados de nuestros antiguos pecados (2 Pedro 1:9) y tenemos vida nueva en Jesucristo. Lo mismo dijo le dijo el apóstol Pablo a los corintios:


De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)


Los que estamos unidos a Cristo tenemos que recordar continuamente que le pertenecemos, y hemos de escoger vivir para su gloria. Cuando estudiamos las Escrituras y conversamos con Dios en oración, y asimismo, tenemos comunión con nuestros hermanos, podemos evitar «la crisis de identidad espiritual», de olvidar quiénes somos.


Hermanos, ya no somos lo que éramos, puesto que en Cristo hemos nacido de nuevo (Juan 3:3–7), hemos sido adoptados —espiritualmente— en la familia de Dios (Efesios 2:19). ¿Queremos evitar caer? Necesitamos pasar tiempo en la Palabra de Dios, tiempo en oración, pero por sobre todo, obedeciendo lo que Dios nos manda. El apóstol Pedro nos da «la receta»:


Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. (2 Pedro 1:5–10)


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