Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús. (Filipenses 2:5)
Todavía recuerdo el boom de los alimentos light, cuando todo era alto en azúcares, pero las empresas de alimentos, con tal de «cuidarnos», sacaron al mercado los productos «light». Estos productos eran presentados como «más saludables», sin embargo, eran una burda imitación del original, y en la gran mayoría de casos, más dañino que el original.
Del mismo modo ha pasado con la cristiandad. Hoy vivimos en medio en un cristianismo light, el cual no es más que un sucedáneo del verdadero. Este tipo de cristianismo está marcado por el poco compromiso con Dios, el desconocimiento de su Palabra, la desobediencia continua a sus mandamientos, básicamente, la característica principal es la tibieza espiritual, la cual le causa náuseas y vómitos al Señor, pues así lo manifestó Él: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (Apocalipsis 3:15–16).
Así como leemos en el versículo del encabezado, la entrega, el sacrificio y el nivel de compromiso que tuvo el Señor, es lo que se espera de nosotros como creyentes, pues dice: «Haya, pues, en vosotros este sentir». Porque cuando miramos al Señor, vemos cuánto dejó para venir a este mundo, lo entregó todo, incluso su vida. Pero los cristianos de hoy, no queremos ni mover un dedo para obedecer a Dios. Yo me pregunto, ¿cuánto es lo que he dejado yo por Él?
Es interesante ver que los cristianos de hoy nos hemos amoldado tanto al mundo que el cristianismo se volvió como una especie de pasatiempo y el Señor ya no es el motor de nuestra vida. Por eso digo que vivimos en una época de «cristianismo light». Y para peor, cuando somos tibios, cuando somos la versión «light» de un cristiano, ponemos todo tipo de excusas para no obedecer lo que Dios nos manda en su Palabra. Oigamos lo que Dios nos dice, y dejemos esta versión light del cristianismo.
Por lo tanto, amados hermanos, les ruego que entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de ustedes. Que sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le agrada. Esa es la verdadera forma de adorarlo. No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta. (Romanos 12:1–2)
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