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Cristo, el gran vencedor



Versión en video: https://youtu.be/LqbaXq3h9A8


Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hechos 10:38).


Desde el principio de su ministerio terrenal, el Señor Jesús demostró ser el vencedor. Por ejemplo, lo vemos vencer a Satanás en el desierto tras haber ayunado cuarenta días (Mateo 4:1-11), y aunque su cuerpo físico estaba débil, su espíritu permanecía firme en la Palabra de Dios. 


Esta victoria inicial marca una diferencia fundamental entre Cristo y la humanidad caída. Mientras nuestros primeros padres, Adán y Eva, cedieron fácilmente al tentador desobedeciendo a Dios, el Señor Jesús resistió sin pecar. La Escritura testifica que fue tentado en todo, pero nunca cometió pecado (Hebreos 4:14–15). Esto es crucial para nuestra salvación, puesto que Él vivió una vida perfecta, sin mácula, y nunca permitió que Satanás o el pecado tuvieran poder sobre Él.


Mientras que en su ministerio, el Señor vino a liberar a los cautivos de Satanás y sanar a los oprimidos. No solo anunció el reino de Dios, sino que mostró su poder destruyendo las obras del diablo (1 Juan 3:8). A través de su muerte y resurrección, el hombre fuerte fue atado (Marcos 3:27), y Cristo rescató a los suyos de la esclavitud del pecado y del temor a la muerte (Hebreos 2:14–15).


Finalmente, la cruz del Calvario fue el campo de batalla definitivo. Allí, Cristo aplastó la cabeza de la serpiente, cumpliendo la promesa hecha en Génesis 3:15. La victoria fue completa, definitiva y eterna. Aunque el enemigo aún intenta oprimirnos, su tiempo está contado. Pronto será expulsado definitivamente y lanzado al lago de fuego (Apocalipsis 20:10), y nuestro Señor Jesús reinará en gloria para siempre.


Hoy, vivimos como testigos de esta victoria. En Cristo, somos libres del pecado (Juan 8:32–36) y podemos caminar en victoria, sabiendo que Él ya venció al mundo (Juan 16:33). Su poder sigue sanando, transformando y liberando a quienes confían en Él. Por eso, mis hermanos, ¡adoremos a nuestro vencedor! Elevemos nuestras voces en gratitud y alabanza, reconociendo que Él es digno de toda honra y gloria por lo que hizo y por lo que hará.

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