
Versión en video: https://youtu.be/ZswcmxixpfU
Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado. (Romanos 4:8)
Hay una bendición inigualable que solo aquellos que han sido justificados por la fe pueden experimentar: la dicha de ser considerados justos delante de Dios, no por obras, sino por la gracia soberana del Señor. En este versículo, el apóstol Pablo cita el Salmo 32 de David para resaltar la maravillosa verdad del evangelio: Dios no imputa pecado a quienes han sido cubiertos por su gracia.
El pecado es la gran barrera que separa al hombre de Dios, una deuda imposible de pagar con méritos propios. Sin embargo, el Señor Jesús, en su amor inagotable, llevó sobre sí mismo el castigo que nos correspondía. Su obra en la cruz no solo nos limpia, sino que nos declara justos ante el Padre. No es que Dios ignore el pecado o haga la vista gorda ante él, sino que en su justicia perfecta lo ha castigado en la persona de su Hijo amado.
Esta bienaventuranza no se basa en lo que el hombre pueda hacer, sino en lo que Dios ha decidido en su misericordia. No es una justicia alcanzada por esfuerzos humanos, sino una justicia imputada por gracia. Cuando Dios mira a aquellos que han creído en su Hijo, no ve su pecado, sino la perfecta justicia del Señor Jesús cubriéndolos completamente.
Este es un llamado a vivir en gratitud y humildad. Saber que hemos sido perdonados, que nuestro pecado ha sido echado en el olvido por causa del sacrificio de nuestro Salvador, debe impulsarnos a vivir en santidad y obediencia. No para ganar su favor, sino como respuesta a la inmensa gracia que hemos recibido.
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