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Cuando el temor acecha



En el día que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre? (Salmos 56:3–4)


Cierto astrólogo, durante el reinado de Luis XI de Francia, predijo algo que desagradó al rey, quien resolvió hacerle asesinar. Al día siguiente le envió a buscar y ordenó a sus cortesanos que a una señal suya arrojaran al astrólogo por la ventana.

—Tú, que pretendes —dijo el rey— ser tan sabio, que puedes decir lo que ocurrirá en mi reino dentro de mucho tiempo, ¿conoces tu propio destino y hasta cuándo tienes que vivir?

El astrólogo, previniendo el significado de las palabras del rey, contestó con gran aplomo:

—Conozco ciertamente mi destino, y sé que moriré tres días antes que vuestra majestad. El supersticioso rey, asustado por esta respuesta, no solamente no mandó arrojarle por la ventana, sino que hizo todo lo posible para retardar su muerte, ordenando le cuidasen con todo esmero.


El temor es uno de los sentimientos más fuertes en nuestro abanico de emociones. Para algunos, el temor y el miedo son invalidantes, mientras que para otros, el temor es un detonante que los estimula a actuar. Pero ¿por qué sentimos temor y miedo? Generalmente, tememos a lo que no conocemos o a lo que no podemos controlar. Pregunto, ¿los creyentes deberíamos vivir presos del miedo? La verdad es que no, porque nuestro Dios nos da hermosas promesas en contra el miedo, se dice que en la Biblia Dios dice 365 veces: «No temas», una vez para cada día. Por ejemplo, dice en Isaías: «Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo» (Isaías 41:13). El problema es que no le creemos a Dios.


Mis hermanos, nosotros, no debemos temer cuando pasamos por el valle de sombra de muerte (Salmos 23:4), porque desde que nos convertimos al Señor, ya no estamos solos, ni enfrentamos la vida sin ayuda, sino que tenemos la firme promesa del Señor, quien dijo: «y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). Por tanto, cuando el temor nos aceche, corramos a los brazos de aquel que cada día nos dice: «No temas».


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