Versión en video: https://youtu.be/QPkXQipRKtg
Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: Señor, sálvame. Al momento Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mateo 14:30–31)
El pasaje de Mateo 14:22–33 es uno de los relatos más poderosos sobre la fe y la presencia del Señor Jesús en medio de nuestras tormentas. Después de alimentar a los cinco mil, el Señor envió a los discípulos a cruzar el mar mientras Él subió al monte a orar. Los discípulos quedaron atrapados en medio de una tempestad, remando contra el viento y las olas, cuando, de repente, El Señor Jesús apareció caminando sobre el agua. El apóstol Pedro, con la mirada fija en el Señor hace lo imposible: caminar sobre las aguas. Pero al notar la fuerza del viento y el tamaño de las olas, el miedo lo invade, y comienza a hundirse. Este momento es un reflejo de lo que sucede en nuestras vidas cuando quitamos la mirada de Jesús y nos enfocamos en las dificultades.
Mis hermanos, ¿cuántas veces hemos empezado algo con fe, pero al enfrentarnos a los obstáculos, hemos dudado? Cuando sacamos nuestra mirada del Señor y permitimos que el temor domine, nuestra fe vacila, y nos sentimos como si estuviéramos hundiéndonos en un mar de problemas. Sin embargo, el Señor Jesús siempre está atento a socorrernos. Y así como Pedro clamó: “¡Señor, sálvame!”, nosotros también debemos hacer lo mismo en nuestras debilidades. Él no deja que nos hundamos. Esto nos recuerda que, aun cuando nuestra fe sea débil, nuestro Señor siempre está dispuesto a tendernos su mano y sostenernos.
Después de este momento, nuestro Señor Jesús y Pedro suben a la barca, y ocurre algo maravilloso: el viento cesa. La tormenta desaparece, y con ello, llega la calma. Esto no es casualidad; es un recordatorio de que, cuando dejamos que Jesús entre en nuestras vidas, Él trae paz y orden, incluso en medio del caos. El mar embravecido simboliza nuestras preocupaciones, ansiedades y problemas diarios. Pero cuando invitamos a Cristo a nuestra “barca” y le permitimos tomar el control, su presencia transforma nuestras circunstancias.
Mis hermanos, la paz de nuestro Dios no depende de la ausencia de tormentas, sino de su presencia en medio de ellas. Volvamos a poner nuestra mirada en Él y dejemos que “suba a nuestra barca”, ya que de esta forma podremos avanzar disfrutando de la paz que nuestro Señor nos otorga.
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