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CUANDO ME DI CUENTA, QUEDÉ TEMBLANDO




Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma. (Ezequiel 3.18–21)

Como creyentes es nuestra obligación advertirle al impío que va por el mal camino, porque tal como dice Dios en los versos de más arriba, si no lo hacemos, a nosotros se nos demandará. 


Debo confesar con vergüenza que muchas veces callé en vez de predicarle a otros. Sin embargo, los cristianos no nos detenemos ahí, sino que muchas veces ante los amigos del mundo, los compañeros de estudios y de trabajo, los vecinos, etc. callamos cuando vemos las injusticias que estos cometen o frente a la manera irreverente con la que se expresan. Lo hacemos para aparecer simpáticos y “buena onda” o porque simplemente nos da vergüenza. Pero no nos damos cuenta que cuando callamos estamos sellando las Buenas Nuevas de salvación, la obra que el Señor nos dio a hacer. 


Hermanos, ¿es que todavía no nos estamos dando cuenta? Esto es algo grave, porque -literalmente- estamos enviando al infierno a las personas que nos rodean. Nuestra actitud debería ser como la del apóstol Pablo quien dijo: 


Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! (1 Corintios 9.16)

¿Por qué nos acostumbramos a tomar las cosas del Señor en forma trivial? ¿Por qué seguimos el vaivén que mece al mundo y no hacemos lo que Dios nos dice? Vuelvo a repetir, ¡imitemos al apóstol en su valentía! Él se presentó ante reyes y no le tembló la voz para presentar el evangelio vivo de Dios. Tan arduo era su trabajo que en la Biblia encontramos esto: 


Así continuó (predicando el evangelio) por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús. (Hechos 19.10)

Hace años, cuando caí en cuenta, tras haber leído los versículos que puse al principio me hicieron reaccionar, propuse en mi corazón que aunque sea despreciada por los que me rodean, mis familiares inconversos y cualquier otra persona, no me quedaría callada.  


Pensar que se me hace culpable delante de Dios de aquel que muere en la condenación eterna, al que pudiendo amonestarle no lo hice; esto siempre me deja tiritando. Así que, hermanos, espero que la Palabra de Dios produzca el mismo efecto en usted, para que comience a predicarle a todos cuantos le rodean. 



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