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Cuando perdemos batallas contra la carne



Enlace versión en video: https://youtu.be/q-axO_y0eec


Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. (Gálatas 5:16)


Todos enfrentamos momentos en los que, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, tropezamos y perdemos batallas contra la carne. Quizás fue una palabra dicha con enojo, un pensamiento impuro, o una acción que sabemos no agradó a Dios. Estos momentos pueden traer vergüenza, culpa y un sentimiento de fracaso. Sin embargo, la Biblia nos recuerda que no estamos solos en esta lucha.


El apóstol Pablo, un hombre de Dios profundamente comprometido, confesó su propia lucha: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago» (Romanos 7:19). Estas palabras nos muestran que la batalla contra la carne es real incluso para los más fuertes en la fe. Pero también nos enseñan que no debemos resignarnos a la derrota.


¿Por qué, como hijos de Dios, perdemos estas batallas? Por nuestra debilidad Humana. El Señor Jesús enseñó que «el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41). A menudo confiamos demasiado en nuestras propias fuerzas, olvidando que nuestra carne es débil y propensa al pecado.


También por falta de vigilancia. Muchas veces no estamos atentos a las trampas del enemigo, y es por eso que Dios nos advierte, diciendo: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8).


Finalmente, perdemos contra la carne por la desconexión del Espíritu Santo: Si no cultivamos una comunión diaria con Dios, somos más propensos a ceder a los deseos de la carne. El apóstol Pablo nos exhorta a andar en el Espíritu para no satisfacer estos deseos (Gálatas 5:16).


Mis hermanos, si hemos perdido una batalla, recordemos esto: nuestra victoria no está basada en nuestra perfección, sino en la obra consumada del Señor Jesús en la cruz. Además, tenemos esta hermosa promesa: «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2:1). El Señor Jesús no solo nos perdona, sino que también nos restaura y nos da la fuerza para levantarnos nuevamente. Por tanto, cada tropiezo que tenemos puede ser una oportunidad para depender más de su gracia y su poder. No nos desanimemos, sino que confiemos en las promesas que Dios nos ha hecho. 

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