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Cuando somos tentados




Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. (Santiago 1:13–15)


Cuando somos tentados, como dice la Palabra de Dios, esta tentación no proviene de Dios, sino de nuestra propia concupiscencia. Pero ¿qué es la concupiscencia? El diccionario la define así: «deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos».


Entonces, ¿qué podemos hacer cuando somos tentados? La verdad es que Dios siempre nos da una salida a la tentación, porque dice: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación, la salida, para que podáis soportar» (1 Corintios 10:13). Acá vemos dos cosas, que siempre hay una manera de escapar de la tentación y que Dios no permite que la tentación esté por sobre nuestras capacidades de resistirla.


Ya sabemos que somos tentados por nuestros propios deseos indebidos y que esta tentación no es de Dios, además, Él siempre nos da una salida; sin embargo, ¿por qué la tentación nos vence? Pues porque nosotros lo deseamos, ya que no tememos faltarle a Dios, pues no sentimos temor de pecar en su presencia; y además, porque deseamos ceder frente a la tentación que nos aqueja. Esto nos pasa porque alimentamos a nuestra carne y no a nuestro nuevo hombre. Por eso no podemos darle lugar al diablo (Efesios 4:22–24, 27). Si le damos alimento a la carne, nuestro viejo hombre se fortalecerá más que el nuevo y Satanás lo usará en nuestra contra para hacernos caer. Es por eso que Dios dice en su Palabra:


Examina la senda de tus pies, Y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal. (Proverbios 4:26–27)


Así que, hermanos, no permitamos que nuestro enemigo nos tiente (la carne), por lo mismo, dejemos de alimentarla; alimentemos mejor el nuevo hombre que es espiritual, para que así podamos resistir la tentación.

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