En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas esta, de su pobreza, echó todo el sustento que tenía. (Lucas 21:3–4)
Hace algunas décadas, en la provincia de Mizoram, en la India, vivía un grupo de cristianos que había descubierto una manera única de dar para la obra del Señor. Cuando una ama de casa preparaba la comida para su familia (la cual consistía principalmente en arroz) medía el arroz justo y necesario para alimentarlos. Sin embargo, antes de cocer el arroz, la dueña de casa agarraba un puñado del mismo y lo dejaba aparte. Dicho arroz era llevado a la iglesia el día domingo, en donde era juntado con el arroz de las demás mujeres de aquel lugar. La iglesia vendía el arroz y usaba las ganancias para apoyar proyectos misioneros. Uno de los artículos que compraron con aquel dinero fue una computadora que se usaba para ayudar al pueblo «mizo» a terminar la traducción de la Biblia en su propio idioma.
Sería fácil para la gente que no tiene mucho dinero mirar a lo poco que tienen y decidir que no vale la pena dar, puesto que es «muy poco». De la misma forma, hubiera sido fácil para la viuda que aparece en el relato de Lucas 21:1–4, sentirse completamente inadecuada para dar, pues ella echó dos blancas. Para que entendamos lo poco que ella dio, necesitamos saber que el sueldo diario de un jornalero era de un denario, bueno, una blanca equivalía a 1/128 de un denario, es decir, que un denario se divide en 128 partes y se toma una parte de esos 128, a eso equivalía una blanca. Claramente, aquella viuda, pudo haberse sentido fuera de lugar al ver las grandes cantidades que las personas ricas estaban echando en el tesoro del templo, pero no es lo sucedió, ya que ella echó todo lo que tenía, aunque ciertamente era poco, pero lo hizo con un corazón dispuesto.
Mis hermanos, nuestro Dios, no mira la cantidad de lo que nosotros estamos dando para Él, sino que Él se fija en con qué corazón estamos dándolo. Recordemos que fue el Señor quien dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35). Aquella anciana pobre estuvo dispuesta a sacrificar todo su sustento para darlo a Dios, aunque a nuestros ojos fuese una miseria, no así a los ojos de Dios, ya que Él dijo: «En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos».
Y nosotros, ¿con qué corazón estamos dando a Dios? Y no hablo necesariamente de dinero, sino de todo lo que damos a Dios, desde nuestro tiempo y energías, hasta nuestro dinero.
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