Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. (Juan 15:1–2)
En Israel, existen dos cuerpos de agua, el mar de Galilea y el mar Muerto. El primero está lleno de vida bajo su superficie, mientras que en el otro no crece ningún tipo de vida. Pero ¿qué es lo que hace que el mar Muerto sea realmente muerto? El hecho de que siempre recibe y nunca da. ¿Por qué están fríos tantos cristianos? Porque siempre reciben y nunca dan.
Este domingo, recién pasado, estaba buscando un himno específico, cuando por casualidad me topé con uno que no cantaba hace como un año, cuya letra habla sobre los frutos, o mejor dicho, la falta de estos. Por ejemplo, el coro dice: «He de ir sin ningún fruto, he de ver a Cristo así con el tiempo malgastado, ¿he de presentarme así?» Eso me hizo pensar en qué le estoy llevando a mi Salvador cuando me llame a su presencia. Y usted, mi hermano(a), ¿qué frutos le está llevando a su Señor?
Su Palabra es clara cuando nos dice: «La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne» (Romanos 13:12–14). Y también nos dice en Efesios: «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos» (Efesios 5:15–16).
Mis hermanos, no desperdiciemos nuestro tiempo aquí en la tierra, y procuremos fructificar, para que el día que estemos frente a nuestro Señor, podamos presentarles abundantes frutos que exalten aun más su gloria.
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