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Desaliento



¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios. (Salmo 42:5)


Isabel, viuda por segunda vez, no hallaba consuelo ante la pérdida de su marido. No veía ninguna razón para continuar viviendo. Un día llevó a su nieto en automóvil al parque. Después de ubicar al niño en su silla y ajustarle el cinturón, se sentó al volante e iba a poner el vehículo en marcha, sin ponerse su cinturón de seguridad. El niño exclamó:

—¡Abuela, no te has puesto el cinturón!

Ella respondió con tristeza:

—¡Oh, Lucas, mi seguridad no es importante! Quisiera más bien ir al cielo donde está el abuelo.

Indignado, el niño de cinco años exclamó:

—Pero, ¡entonces me dejarías solo!

De repente, Isabel tomó consciencia de que su vida no carecía de sentido. Por medio de ese niño, Dios le daba una nueva razón para seguir viviendo, para ser útil, y le mostró que podía hacer un servicio para él.


El profeta Elías también deseaba morir cuando su misión con el pueblo de Dios no había tenido los resultados que él esperaba (1 Reyes 19). Entonces Dios le mostró que, en su gracia, no consideraba sin esperanza la situación del país, y que aún tenía una tarea para el profeta. Elías tenía, pues, una razón válida para continuar viviendo.

Mis hermanos, no nos dejemos desanimar nunca. Dios siempre tiene un proyecto para nosotros mientras nos mantenga con vida aquí en la tierra. Cuando nos encontremos en una situación de desánimo, pidámosle a nuestro Dios que nos abra los ojos, para que podamos ver lo que Él espera de nosotros. Entonces el desaliento dará lugar nuevamente a la confianza. Además, no debemos olvidar que nuestro Dios nos puede consolar, sin importar la situación en la que estemos, bien dice su Palabra: «Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros» (Isaías 66:13). Nunca nos olvidemos que las situaciones de la vida estamos viviendo están en completo control de nuestro Dios y nada nos acontece sin que Él así lo determine. Asimismo, jamás olvidemos que tu voluntad es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).


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