Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. (Salmos 143:10)
El rey David, luego que Dios le había dado paz con sus enemigos de alrededor, le dijo al profeta Natán: «Mira ahora, yo habito en casa de cedro, y el arca de Dios está entre cortinas» (2 Samuel 7:1–2). David tuvo el deseo de edificarle una casa a Dios, puesto que no concebía que él, un mero hombre, tuviera un palacio lujoso, mientras que el arca del Dios Todopoderoso estuviese entre cortinas. Este profundo deseo lo dejó plasmado en uno de los salmos:
No entraré en la morada de mi casa, ni subiré sobre el lecho de mi estrado; no daré sueño a mis ojos, ni a mis párpados adormecimiento, hasta que halle lugar para Jehová, morada para el Fuerte de Jacob. (Salmos 132:3–5)
Sin embargo, Dios tenía otros planes, ya que el mismo David, cuando estaba entregando el reino en manos de Salomón, dice lo siguiente: «Oídme, hermanos míos, y pueblo mío. Yo tenía el propósito de edificar una casa en la cual reposara el arca del pacto de Jehová, y para el estrado de los pies de nuestro Dios; y había ya preparado todo para edificar. Mas Dios me dijo: Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra, y has derramado mucha sangre» (1 Crónicas 28:2–3).
Mis hermanos, los deseos de nuestros corazones, no siempre están en sintonía con la voluntad de Dios, incluso cuando deseamos hacer cosas para nuestro Dios. De ahí que tengamos que ser muy cuidados con lo que ellos desean, aun si son cosas tan genuinas como levantar el templo de Dios. Por eso es que su Palabra nos dice: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9).
No podemos dejarnos guiar por nuestros corazones y lo que estos deseen, sino que tenemos que aprender a hacer la voluntad de Dios, sin importar si está en concordancia con la nuestra.
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