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¿Diamante o carbón?



Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), comprobando lo que es agradable al Señor. (Efesios 5:8–10)


¿Por qué los diamantes forman parte de las piedras preciosas más bellas? Por su brillo y su resplandor. Todos los colores del arcoíris se ven reflejados en ellos. Sorprendentemente, el carbón posee la misma composición química que el diamante, la única diferencia es la forma en la que se organizan los átomos de carbono. ¡Pero a nadie se le ocurriría ofrecer un anillo de compromiso con un trozo de carbón incrustado! Entonces, ¿cuál es la diferencia entre el carbón y el diamante? El primero absorbe la luz sin devolverla, mientras el segundo se deja atravesar por ella y la refleja.


Y nosotros, ¿somos un pedazo de carbón o un diamante? Como el carbón que absorbe la luz, ¿recibimos las bendiciones, los servicios prestados, sin dar gracias a Dios y a los demás? ¿Estamos tan ensimismados que olvidamos a quienes nos rodean?

Dios quiere arrancarnos de nuestro egoísmo natural para que nos abramos a su amor. Para ello es necesario dejarnos «atravesar» por el amor y la luz de Jesús. Entonces podremos reflejar sus caracteres y ser «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación maligna y perversa», resplandeciendo como luminares en el mundo (Filipenses 2:15). Así, nuestra vida hablará de Él. La comunión diaria con nuestro Salvador hará brillar, como un diamante, el fruto del Espíritu que él hace nacer en nosotros: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22-23), aun cuando a menudo no tengamos conciencia de ello.


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