Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará? (Números 23:19)
Hace varios años, leí en un libro de Watchman Nee, acerca de las promesas de Dios, y cómo a Él le gusta que nosotros se las cobremos. Porque, a diferencia de nosotros, Él siempre las cumple, puesto que no miente. Estaba en mi trabajo, con muchísima carga laboral, y llevaba ya un buen tiempo así, por lo que mi cuerpo estaba muy agotado. Entonces, recordé lo leído, y con la fe como la de un niño, oré en mi oficina, diciéndole a Dios:
—Padre, en su Palabra, dice: «¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas» (Isaías 40:28–29). A lo que agregué:
—Mi cuerpo está muy cansado, y necesito que me dé energías para poder seguir haciendo el trabajo en el que usted mismo me puso. En su Palabra usted prometió dar fuerzas al cansado, y usted no es hombre para que mienta, así que, le pido que cumpla su promesa. En el nombre del Señor Jesús. Amén.
El amén aún resonaba en mi mente cuando sentí como si me hubieran puesto una batería nueva. Mi cuerpo se llenó de vigor, mi mente se aclaró y pude terminar aquel día con un montón de energía.
Mis hermanos, tantas veces, dudamos de Dios, y es precisamente por eso que no recibimos, porque pedimos mal (Santiago 4:3), puesto que nos falta fe para creer las ciertísimas promesas que el Dios que no miente, nos dejó en su Palabra.
Cuando no creemos lo que nos ha prometido en su Palabra, no solo entristecemos a nuestro Dios, sino que, además, le estamos ofendiendo con nuestra falta de fe, y no le estamos agradando. Porque recordemos que su Palabra nos dice: «De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6 NTV).
Así que, mis hermanos, no dudemos de las promesas de nuestro Dios, creámosle de todo corazón, y hagámoslas nuestras, para así vivir agradando a nuestro Señor.
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