Dios… nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. (Hebreos 1:2–3)
¿Cómo hubiéramos podido conocer a Dios si Él no hubiese venido a nosotros bajo una forma fácilmente comprensible? Las maravillas de la naturaleza creada no son suficientes para revelarlo plenamente. Job reconoció que estas solo son «los bordes de sus caminos» (Job 26:14). Movidos por sus propios razonamientos, los hombres siempre piensan que Dios se parece a ellos (Salmo 50:21). Se hacen una falsa concepción a través de múltiples religiones que los alejan de él.
Pero Dios se reveló en su Hijo Jesús: Él —quien es Dios—, creador del universo, razón por la cual todo existe y sustentador del mismo, descendió a este mundo y se tomó la forma de un hombre de carne y hueso, pero con una gran diferencia: sin pecado. Y al ser sin pecado fue el sustituto perfecto, lo cual lo llevó a sufrir el juicio de Dios que los seres humanos pecadores merecíamos a causa de nuestra desobediencia al Creador, sin embargo, nuestro Señor nos reconcilió con Dios.
Muy a menudo el hombre piensa que la gloria consiste en aumentar su propio poder, en elevarse por encima de los demás, en someterlos a su voluntad y dominarlos. Mas la gloria de Dios, mostrada por Jesús, presenta exactamente lo contrario. El Señor Jesús no se exaltó a sí mismo ni tampoco despreció a los hombres, sino que se humilló a sí mismo para poder alcanzarnos con su amor. Se acercó a sus criaturas culpables ofreciéndoles perdón a todos los que, arrepentidos, se vuelven a Él.
Nuestro Dios es glorioso en su santidad cuando juzga y castiga con justicia el pecado, pero también es glorioso en su amor, misericordia y gracia, porque dio a su Hijo para perdonar a los culpables, tal como decía el apóstol Pedro: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pedro 3:18).
Adoremos al Dios manifestado en carne, a aquel que bajó desde los cielos para mostrarnos al Padre, a quien podemos acercarnos confiadamente por la obra del Señor, porque Dios se reveló a través de su Hijo Jesucristo.
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