Cuando destruyó Dios las ciudades de la llanura (Sodoma y Gomorra), Dios se acordó de Abraham, y envió fuera a Lot de en medio de la destrucción. (Génesis 19:29)
Dios anunció a Abraham, el patriarca, una terrible noticia: Sodoma, la ciudad depravada, iba a ser destruida. Abraham vivía en un lugar apartado en la montaña; allí estaba protegido. Pero alguien de su familia vivía en Sodoma: Lot, su sobrino, quien fue a vivir entre hombres corruptos y quien, aunque justo (2 Pedro 2:7), corría el riesgo de ser destruido con ellos.
Entonces Abraham, hombre de fe, suplicó a Dios en favor de la ciudad: «Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿destruirás también…?» (Génesis 18:24). ¿Y si hubiere 45… o 10? Con paciencia y bondad, Dios respondió a la intercesión de Abraham, su amigo (Isaías 41:8). Le prometió librar la ciudad si en ella se hallaran 10 justos. Luego el Señor se fue. Vino la noche. Al día siguiente, Abraham salió de su tienda y miró hacia Sodoma: la ciudad ardía en llamas. Obviamente en ella no se habían hallado diez justos. Cuando uno lee el rato bíblico puede preguntarse: ¿Fue inútil la oración de Abraham? No, pues Dios es un Dios fiel. Su justicia y su santidad no permitieron perdonar la ciudad, porque estaba completamente corrompida, pero se acordó de Abraham y de su súplica, y por misericordia libró a su sobrino Lot, a su esposa y a sus dos hijas.
A veces pensamos que nuestras oraciones son inútiles, que todo está perdido, sin embargo, nos olvidamos que al único Dios, a quien elevamos nuestras oraciones, es misericordioso y «se deleita en misericordia» (Miqueas 7:18), y su Palabra nos dice que «los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos» (Salmos 34:15). Así que, descansemos en la fidelidad de Dios, puesto que Él escucha nuestra oración (Salmo 65:2). Y como dijo el Señor Jesús acerca del clamor de los justos: «¿Se tardará en responderles?» (Lucas 18:7).
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