Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? (Hebreos 12:7)
Un padre, ¿a quién disciplina, al hijo obediente o al desobediente? Es obvio que al que no le obedece. Nosotros, como creyentes, en nuestra vida cristiana, tenemos dos opciones en cuanto a nuestro actuar frente a Dios: Obedecemos a nuestro Padre Dios como hijos obedientes y evitamos la disciplina. O en su defecto, somos tercos y no obedecemos su voluntad, y por ende nos toca recibir la disciplina de Dios. De esto último se nos habla en Hebreos:
Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos. Porque nuestro Dios es fuego consumidor. (Hebreos 12:25, 29)
Ahora, cuando un padre que disciplina a su hijo, no lo hace porque odia a su hijo, sino todo lo contrario, lo hace porque lo ama, puesto que quiere el bien para su hijo, y para que el día de mañana, su hijo(a) sea un hombre o una mujer de bien. Del mismo modo, si Dios nos disciplina, es porque nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Por eso es que nos dice su Palabra: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Hebreos 12:6).
Aunque, claro, a ninguno de nosotros nos agrada mucho la disciplina, por eso es que Dios nos tiene que decir lo siguiente: «Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Hebreos 12:11). De la misma manera, nos dice lo siguiente:
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Romanos 8:28)
Entonces, como dije antes, tenemos dos opciones: Obedecer, y aprovechar de recibir el bien de Dios, o desobedecer y recibir el castigo para obedecer la voluntad de Dios. Así que hermanos, ¿qué preferimos, el bien de Dios o su disciplina? Si queremos que nos vaya bien, obedezcamos a Dios.
¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! (Deuteronomio 5:29)
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