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Dos vidas, dos perspectivas



Después volví yo a mirar para ver la sabiduría y los desvaríos y la necedad; porque ¿qué podrá hacer el hombre que venga después del rey? Nada, sino lo que ya ha sido hecho. Y he visto que la sabiduría sobrepasa a la necedad, como la luz a las tinieblas. El sabio tiene sus ojos en su cabeza, mas el necio anda en tinieblas; pero también entendí yo que un mismo suceso acontecerá al uno como al otro. Entonces dije yo en mi corazón: Como sucederá al necio, me sucederá también a mí. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad. Porque ni del sabio ni del necio habrá memoria para siempre; pues en los días venideros ya todo será olvidado, y también morirá el sabio como el necio. (Eclesiastés 2:12–16)


Este pasaje me recuerda la historia de dos hermanos cuyas vidas tomaron rumbos opuestos. El más joven destrozó el corazón de sus padres con su estilo de vida impío. Se convirtió en un cínico amargado y murió relativamente joven. Pocas personas lamentaron su muerte. Mientras que el otro hermano creyó en Jesucristo desde su niñez, llegó a ser pastor, y Dios le dio una familia encantadora. Tuvo una vida que dio alegría a sus padres y a quienes le rodeaban. Cuando murió a los ochenta y algo años, todos sus familiares y amigos lloraron su muerte.


No obstante, un escéptico podría decir: «El hombre piadoso está tan muerto como su hermano. Entonces, ¿de qué le sirvió vivir así?». Esa fue la perspectiva de Salomón cuando escribió los versículos que leemos más arriba. Aunque este rey posteriormente abandonó aquel pesimismo, pues vio la sabiduría de vivir en obediencia a Dios, lo cual traía paz y gozo a su corazón.


Hoy en día, los que hemos creído en el Señor Jesús como nuestro salvador, tenemos la esperanza de verle cuando partamos de este mundo. Y así como decía el apóstol Pablo a Timoteo, podemos recibir «la corona de justicia». Esa recompensa está reservada para «todos los que aman su venida» (2 Timoteo 4:6–8).


Sin embargo, debemos pedirle a Dios que nos ayude a vivir vidas llenas de sabiduría, en las que podamos obedecerle, rogando como lo hacía el salmista al decir: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría» (Salmos 90:12).


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