Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado tus maravillas. Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir, y tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. (Salmos 71:17–19)
En 2 Samuel 15 al 19, leemos de un golpe de Estado que estalló en Jerusalén. El rey David se vio obligado a huir y exiliarse con los que permanecían fieles a él. Barzilai, un hombre anciano, rico y generoso, ayudó al fugitivo dándole provisiones en abundancia (2 Samuel 17:27–29). Algún tiempo después del fracaso del golpe de Estado, el rey volvió para retomar su trono. Y para mostrar su agradecimiento a su amigo Barzilai, lo invitó a vivir en la corte. No obstante, este rechazó tal honor, diciendo: «¿Cuántos años más habré de vivir, para que yo suba con el rey a Jerusalén? De edad de ochenta años soy este día. ¿Podré distinguir entre lo que es agradable y lo que no lo es? ¿Tomará gusto ahora tu siervo en lo que coma o beba?» (2 Samuel 19:34-35).
Barzilai sabía que el final de su vida se acercaba, y que la compañía de David sería mucho más útil e instructiva para alguien más joven. Lo que él hizo por el rey fue un acto desinteresado, ya que obraba con amor y generosidad. Le era suficiente haber servido al rey en tiempo oportuno, no necesitaba nada más. Cedió su lugar a alguien más joven, para que acompañara a David. Barzilai regresó solo a su casa, prefiriendo permanecer fiel a su rey en la sombra, lejos de los honores de la corte.
Muchos cristianos ancianos, que han consagrado su vida al servicio del Maestro, conservan esta prioridad: transmitir la llama de la fe a los que les siguen, sus hijos, sus nietos, y más ampliamente a todos los jóvenes cristianos. Son felices de pedir al Señor que los guarde junto a Él.
Los cristianos adultos debemos aprender de esta clase de ejemplos que encontramos en la Palabra de Dios y en la vida de hermanos de mayor edad, preocupándonos también por las futuras generaciones de manera desinteresada. Sembrando semillas y cuidando de pequeños brotes que en el futuro serán árboles robustos que den frutos abundantes para su Dios.
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