Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:6–8)
En la Biblia, una de las verdades más asombrosas y transformadoras es que Jesucristo, siendo perfecto y sin mancha, escogió voluntariamente redimirnos del pecado, a pesar de no tener ninguna obligación de hacerlo. Este acto de gracia y amor trasciende toda lógica humana y nos recuerda cuán grande es el amor de Dios por nosotros.
Cristo no tenía necesidad alguna de sufrir el castigo del pecado, pues Él no era responsable por nuestras iniquidades. Sin embargo, por amor, Él tomó nuestro lugar, llevando en sí mismo las consecuencias que nosotros merecíamos. No fue una obligación ni una deuda personal, sino una decisión basada en su amor y gracia.
El apóstol Pablo resume esta maravillosa verdad en los versículos del encabezado, en donde encontramos un amor que desafía toda lógica humana: Cristo murió por los pecadores, no por los justos, por sus enemigos, para reconciliarnos con Dios. Él no esperó a que fuéramos dignos de su sacrificio, sino que nos amó aun cuando estábamos lejos de Él. Este amor inmerecido debería llenar nuestros corazones de gratitud y devoción. Pero esto tuvo un costo inmenso. En Isaías 53:5, leemos: «Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados».
Por tanto, este sacrificio nos invita a responder con gratitud y entrega total. Porque si Cristo dio todo por nosotros, ¿cómo no vivir nuestras vidas para glorificarlo? Entonces, vivir en respuesta al sacrificio del Señor Jesús implica reconocerlo como nuestro Señor y Salvador, con el fin de obedecer sus mandamientos y reflejar su amor en nuestras vidas.
Hermanos, nuestro Señor no tenía ninguna responsabilidad de redimirnos, pero aun así lo hizo para mostrarnos su inmenso amor. Esta verdad debe llenar nuestras vidas de gratitud, esperanza y gozo. Y sobre todas las cosas, jamás olvidemos el precio de nuestra salvación y vivamos cada día como un reflejo de su gracia y amor.
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