María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. (Juan 12:3)
María de Betania (hermana de Lázaro y Marta) reconocía al Señor Jesús como el Mesías. En su Palabra podemos ver que a ella le gustaba escucharlo (Lucas 10:39). Y ciertamente tenía fe en su Señor y en el poder de Dios que obraba en Él, porque cuando su hermano murió, le dijo: «Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano» (Juan 11:32).
El versículo del encabezado es parte de otro encuentro que tuvo María con el Señor, en la aldea de Betania. Si bien había otras personas en la mesa con el Señor Jesús, sin embargo, para María, solo una persona tenía valor: su Salvador. Su Palabra nos dice que derramó sobre la cabeza (Mateo 26:7; Marcos 14:3) y los pies del Señor un perfume de gran precio para honrarlo. Estos perfumes, culturalmente hablando, eran usados en los muertos (Juan 19:39–40). Ciertamente, Él iba a morir y se iba a enfrentar al desprecio, las burlas, los golpes y el suplicio de la cruz. Pero María fue la única que puso atención al anuncio que hizo el Señor acerca de su propia muerte. Entonces, justo antes de esta, derramó sobre Él aquel perfume de gran valor, el cual que dirigió los pensamientos y las miradas de todos los huéspedes hacia el Señor Jesús.
Ella deseaba rendir adoración, honor, honra y alabanza al Mesías, quien le dijo a su hermana Marta que era «la resurrección y la vida» (Juan 11:25). Algunos desaprobaron el acto de María, pero el Señor la defendió públicamente, ya que dijo: «Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado esto» (Juan 12:7). Y agregó: «De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella» (Mateo 26:13).
Mis hermanos, ¿qué perfume de adoración hemos preparado para derramar sobre nuestro Señor? Porque es durante la semana que, guiados por el Espíritu Santo, debemos preparar en nuestros corazones un poco de ese perfume que simboliza el amor y gratitud que sentimos por nuestro glorioso Señor. Ahora, si hemos preparado este perfume de adoración, no nos quedemos él, puesto que si lo ofrendamos a nuestro Salvador, nos gozaremos en gran manera. Así que, mis hermanos, ofrezcámosle toda nuestra adoración y la alabanza de nuestros corazones, a quien es digno de ella, al Cordero de Dios que fue inmolado.
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