
Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho. (Isaías 53:11)
Por medio de la imagen de un simple grano de trigo, su Palabra nos enseña varias cosas. La primera enseñanza la vemos en la parábola del sembrador (Mateo 13). En ella, el Señor Jesús compara la Palabra de Dios con un grano que se siembra, tal como el trigo. Sembrada en el corazón de los hombres, ella encuentra variedad de «terrenos»: un camino, pedregales, espinos, buena tierra. Los que no le prestan atención o la rechazan, no llevan fruto. Pero los que la escuchan son como la «buena tierra», donde la Palabra sembrada lleva un fruto abundante, visible en su vida: «El que fue sembrado en buena tierra, este es el que oye y entiende la palabra (de Dios), y da fruto» (Mateo 13:23).
El Señor Jesús mismo se compara con el grano de trigo, que debe morir para llevar fruto: «De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). En otras palabras, el grano de trigo nos habla del que se entrega con el fin de dar vida a otros, y para ello debe ser enterrado y morir para producir fruto. El Señor escogió morir voluntariamente para comunicar su vida —la vida eterna— a todos los que creen en Él.
Por último, el grano de trigo nos habla de la resurrección futura de los creyentes en el día cuando Cristo venga a buscar a su iglesia (1 Tesalonicenses 4:16–17). Y así como un grano de tamaño insignificante, sembrado en la tierra, se convierte en una hermosa espiga, del mismo modo, el cuerpo del creyente, sepultado en la tierra, será resucitado y transformado en un cuerpo glorioso, semejante al del Señor Jesús, bien dice su Palabra:
Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. (1 Corintios 15:43–44)
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