Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:5).
Unos antiguos colonizadores viajaban juntos por las praderas del oeste de los Estados Unidos. Un día, se horrorizaron al ver un fuego que se movía en dirección a ellos, el cual era avivado por un fuerte viento, no dejándoles un lugar a donde escapar. A medida que las llamas se acercaban más y más, un hombre, para asombro de los demás, le prendió fuego a un terreno cubierto de yerba seca. La yerba se quemó rápidamente, dejando detrás un área desierta y chamuscada. Entonces dijo a los demás hombres que se colocaran en el lugar ya quemado. Observaron cómo el fuego se les acercaba rápidamente, arrasando con todo a su paso, asustados sin saber qué habría de acontecer con ellos; pero al llegar al área quemada, ¡se detuvo! Los hombres estuvieron a salvo del fuego, pasándole este por los lados.
El fuego del juicio de Dios descenderán a un mundo sumido en maldad, tal como nos dice su Palabra. Sin embargo, Dios ya ha provisto «un lugar quemado» en donde podemos refugiarnos de aquellas llamas. En el Calvario, el fuego de la justicia de Dios, cayó sobre el Señor Jesús y fue apagado por tras consumirle completamente. Esto es porque Él llevó nuestro pecado allí y pagó completamente la deuda por nuestras transgresiones. En otras palabras, satisfizo plenamente la justicia de Dios en contra del pecado. Por lo tanto, los que hemos depositado nuestra fe en la obra consumada de Cristo, estamos seguros en «el lugar ya quemado», puesto que no queda nada más por quemar.
Esto es lo que expresa el apóstol Pedro en su primera carta, al decir que del Señor Jesús: «quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados» (1 Pedro 2:24). La pregunta es: ¿Está usted en el lugar quemado?
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