Manasés, pues, hizo extraviarse a Judá y a los moradores de Jerusalén, para hacer más mal que las naciones que Jehová destruyó delante de los hijos de Israel. (2 Crónicas 33:9)
El rey Manasés es uno de los ejemplos más oscuros en la historia de Israel. Aunque fue hijo del piadoso rey Ezequías, quien restauró la adoración a Jehová, no obstante, Manasés eligió un camino de rebelión y pecado. Reinó en Judá durante 55 años, y su gobierno estuvo marcado por una profunda idolatría y maldad. Levantó altares a dioses paganos, incluso en el templo de Jehová, llegando a practicar sacrificios humanos, ofreciendo a sus propios hijos a los ídolos.
Pero como vemos en el versículo del encabezado, el pecado de Manasés no solo lo afectó a él, su mal ejemplo llevó a toda la nación a desviarse de Dios. Este pasaje nos muestra cómo un líder, cuando se aleja de los caminos del Señor, puede causar gran daño no solo a sí mismo, sino a quienes están bajo su autoridad.
Claro, es fácil ver la vida de Manasés y juzgar sus acciones como extremas y abominables. Sin embargo, este relato nos lleva a reflexionar sobre el impacto de nuestras propias decisiones. Cada uno de nosotros, de alguna manera, ejerce influencia sobre otros—ya sea en nuestra familia, en el trabajo, o en la iglesia. La pregunta es: ¿Qué tipo de ejemplo estamos dando? ¿Nuestras acciones guían a otros hacia Dios o los alejan de Él?
Manasés nos muestra que, aunque nuestras decisiones pueden tener consecuencias terribles, Dios siempre está dispuesto a perdonar a un corazón arrepentido. Porque, después de ser llevado cautivo a Babilonia, Manasés se humilló profundamente ante Dios y clamó por misericordia (2 Crónicas 33:19). El Señor, en su infinita gracia, lo escuchó y lo restauró. Este es un recordatorio poderoso de que nunca es tarde para volver a Dios, no importa cuán lejos hayamos caído.
¿Existen áreas en nuestras vidas donde hemos permitido que el pecado entre y afecte nuestro testimonio? Mis hermanos, que el ejemplo de Manasés nos inspire a buscar siempre la voluntad de Dios y a ser luz en un mundo que necesita desesperadamente de su amor y verdad. Pidamos la ayuda de Dios para que nos ayude a ver la gravedad del pecado y el ser conscientes de la influencia que podemos tener sobre los demás, especialmente, en nuestros hermanos.
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