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El misterio de Dios revelado para su gloria



Y de aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales.  (Efesios 3:9–10)


El apóstol Pablo nos habla de un «misterio» que había estado escondido desde la creación, pero que en Cristo ha sido revelado. Este misterio no es un secreto cualquiera, sino el plan eterno de Dios de salvar tanto a judíos como a gentiles por medio de Jesucristo. Lo que antes estaba velado ahora es claro: el Evangelio está disponible para todo el mundo.


Este pasaje nos recuerda que Dios siempre ha estado en control. A lo largo de la historia, incluso cuando el pecado parecía «tener la victoria», Dios tenía un plan perfecto que culminaría en la obra redentora de Cristo en la cruz. Y ahora, ese plan ha sido puesto en marcha, trayendo salvación a todas las naciones y pueblos. Sin embargo, lo más sorprendente es que Dios ha escogido a su iglesia para ser el instrumento a través del cual su sabiduría es dada a conocer, no solo en la tierra, sino también en los «lugares celestiales». Los principados y potestades, tanto angelicales como demoníacos, observan el plan de Dios desarrollarse a través de su iglesia. Nosotros, como el cuerpo de Cristo, somos parte de ese glorioso testimonio.


La multiforme sabiduría de Dios se manifiesta en la diversidad de su pueblo, en su gracia salvadora, y en la unidad que nos une a pesar de nuestras diferencias. Cada uno de nosotros, como parte de la iglesia, tiene un rol en este gran plan. Por tanto, mis hermanos, no somos meros espectadores en la historia de la redención, sino que somos protagonistas. 


Dios nos ha llamado a ser parte de su iglesia, su pueblo escogido, para que, a través de nosotros, y de cada creyente, su sabiduría sea revelada al mundo. Y si la iglesia es el medio a través del cual Dios revela su gloria, entonces nuestras vidas deben reflejar esa verdad. Así que, que nuestra conducta, palabras y acciones sean un testimonio vivo del poder transformador del Evangelio. ¡Vivamos con ese propósito en mente!


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