Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos. (Proverbios 27:2)
El dueño de un pequeño automóvil importando había comenzado a irritar a sus amigos jactándose continuamente de los muchos kilómetros por litro le daba aquel vehículo. No obstante, para acabar con la jactancia de este hombre, sus amigos elaboraron un plan. Todos los días uno de ellos echaba, secretamente, algunos litros de gasolina en el tanque del automóvil. Al poco tiempo, el fanfarrón se estaba jactando de que su vehículo le daba hasta 144 kilómetros por litro.
Los bromistas disfrutaban mirando su exasperación al tratar de convencer a la gente de la verdad de sus afirmaciones. Fue mucho más divertido ver su reacción cuando los amigos dejaron de llenar el estanque. El pobre hombre no lograba entender qué le había pasado a su vehículo.
Este incidente destaca que la exaltación propia puede ser un bumerán que deja a la persona luciendo como un tonto. Puesto que hay algo que produce rechazo en las palabras de aquellos que se jactan y pregonan su bien juicio o sus habilidades. Bien dice la Biblia:
Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias. Toda jactancia semejante es mala. (Santiago 4:16)
Por el contrario, es mucho mejor encontrar nuestra seguridad y sentido de valía en una sencilla relación con nuestro Salvador, el Señor Jesús. Si hacemos esto, al imitar a Cristo, nos interesaremos más en las necesidades y éxito de los demás en vez de los nuestros. Si nuestros ojos están fijos en Jesucristo, de lo único que podremos gloriarnos es de Él, y usaremos todo lo que Dios nos da, todo lo que experimentamos, todo en lo que nos ayuda, para ayudar, exhortar y animar a otros.
Nunca olvidemos lo que Dios nos enseña, que es «mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios» (Proverbios 16:19). Por lo tanto, es mejor que asistamos cada día a los pies del Señor para «aprender a ser mansos y humildes de corazón» (Mateo 11:29) como lo es Él.
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