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El peligro del orgullo



El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano. (Lucas 18:11)


El tábano es una mosca grande y persistente que se agarra a las narices de las ovejas, causándoles molestia y dolor. Para evitar su ataque, las ovejas, al advertir su presencia, bajan la nariz cerca del suelo o la entierran en la tierra seca. El orgullo es el tábano que provoca muchas molestias y perjuicios a las ovejas de Cristo. Ojalá los cristianos fuéramos tan sabios y prudentes como las pobres ovejas, y bajásemos la cabeza hasta el polvo, a la primera señal de su presencia. 


En la parábola que el Señor relató acerca del fariseo y el publicano de Lucas 18, vemos el contraste entre el orgullo y la humildad. Con respecto a esto, los cristianos, somos llamados a ser imitadores de Dios (Efesios 5:1), y nuestro Señor Jesús nos mandó, diciendo: «y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11:29). Por lo tanto, cada uno de nosotros, debe aprender la humildad y la mansedumbre, pero no cualquier humildad, no la del mundo, sino la de Dios. De ahí que sea tan importante que conozcamos los evangelios, para que podamos ver esa humildad manifestada por nuestro Señor. 


Ahora, el problema es que muchas veces, en vez de imitar al Señor, imitamos al enemigo, es decir, al diablo, quien es soberbio y lleno de orgullo. ¿Por qué digo esto? Porque tantas veces, nos sentimos superiores a los demás, puede ser en lo moral, porque no llevamos una vida pecaminosa evidente, o en lo intelectual, porque conocemos más de la Palabra de Dios que otros. 


¿Cómo se manifiesta nuestro orgullo? Por ejemplo, cuando un hermano ha cometido pecado. En vez de ver que tenemos la misma debilidad y tendencia, nos ponemos por encima de él y le miramos como si en algo fuésemos superiores, siendo que el Señor les dijo a aquellos que acusaban a la mujer adúltera: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (Juan 8:7).


Mis hermanos, el mandamiento de nuestro Dios es claro: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Filipenses 2:3). Así que, ¡dejemos el orgullo de lado! Pues, es muy peligroso. Por el contrario, pidámosle al Señor, cada día, que nos enseñe a ser mansos y humildes de corazón como lo es Él. 

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