Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23:34)
Este versículo nos lleva a uno de los momentos más profundos y conmovedores de la crucifixión de nuestro Señor Jesús. Colgado en la cruz, experimentando un dolor físico inimaginable, la traición de su propio pueblo y la burla de los que le rodeaban, el Señor no responde con condena ni con ira, sino con misericordia. En su momento de mayor sufrimiento, Él pronuncia palabras que reflejan el corazón de Dios: «Padre, perdónalos».
Estas palabras son un recordatorio poderoso del carácter misericordioso de nuestro Señor. A pesar de que fue tratado injustamente, en vez de pedir las doce legiones de ángeles para que destruyeran a sus enemigos (Mateo 26:53), eligió interceder por aquellos que lo crucificaban. Este perdón no fue merecido; los soldados y las personas que lo rodeaban no comprendían plenamente el alcance de sus acciones con respecto al Señor. Sin embargo, Él, en su amor incondicional, pidió al Padre que no les tomara en cuenta su pecado, porque «no sabían lo que hacían».
Este acto de perdón es un ejemplo para nosotros hoy. A menudo nos encontramos en situaciones donde otros nos hieren, ya sea intencionalmente o sin darse cuenta del daño que nos causan. El rencor y la amargura pueden tentarnos a guardar resentimiento, pero el llamado del Señor Jesús es diferente. Él nos invita a seguir su ejemplo, a extender gracia y perdón, incluso cuando el otro no lo merece o no lo pide.
¿Existe alguien a quien necesitamos perdonar hoy? Quizás hay alguien que nos ha hecho daño y nos cuesta dejar atrás el resentimiento. A través del ejemplo de nuestro bendito Salvador se nos recuerda que el perdón no se basa en lo que otros hacen, sino en la misericordia que hemos recibido de Dios.
Además, recordemos que el perdón no es un acto de debilidad, sino de fortaleza y obediencia a Dios. Es más, es un reflejo del amor de Dios, quien nos perdonó a nosotros aun cuando éramos sus enemigos (Romanos 5:10).
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