Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma. (Ezequiel 3:18–21)
Como creyentes es nuestra obligación advertirle al impío que va por el mal camino, porque tal como dice Dios en los versos de más arriba, si no lo hacemos, a nosotros se nos demandará, puesto que es el mandamiento que nos dejó en Marcos 16:15 de predicarle a toda criatura.
Debo confesar con vergüenza que muchas veces he callado en vez de predicarles a otros. Sin embargo, los cristianos no nos detenemos ahí, sino que muchas veces callamos ante los amigos del mundo, los compañeros de estudios y de trabajo, los vecinos, etc. A veces lo hacemos para aparecer simpáticos, «para no incomodarlos», o porque simplemente nos da vergüenza. Pero no nos damos cuenta de que cuando callamos estamos dejando que vayan a la condenación eterna sin una advertencia.
Hermanos, ¿es que todavía no nos estamos dando cuenta? Esto es algo grave, porque —literalmente— estamos enviando al infierno a las personas que nos rodean. Nuestra actitud debería ser como la del apóstol Pablo, quien dijo: «Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1 Corintios 9:16)
¿Por qué nos acostumbramos a tomar las cosas del Señor en forma trivial? ¿Por qué seguimos el vaivén que mece al mundo y no hacemos lo que Dios nos dice? Mis hermanos, pidamos a Dios que nos dé amor por las almas perdidas, y que cada día sintamos el peso del evangelio en nuestras vidas, y cuando dijo peso, me refiero a la necesidad imperiosa que tenemos de advertirles a otros de que van camino de perdición.
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