Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. (Juan 13.3–5 LBLA)
El mundo dice: «El dinero es poder». Razón por la cual, todo el sistema mundano está fundado y funciona por y a través del dinero. Las personas se pelean por obtener riquezas, a menudo pagando el precio de la integridad personal para poder adquirir el poder de vivir donde quieran, como quieran y tener lo que ellos quieran. Por eso su Palabra nos dice:
No te fatigues en adquirir riquezas, deja de pensar en ellas. Cuando pones tus ojos en ella, ya no está. Porque la riqueza ciertamente se hace alas, como águila que vuela hacia los cielos. (Proverbios 23.4–5 LBLA)
En un mundo que venera el dinero, los creyentes en Cristo estamos en peligro de hacer lo mismo que el mundo. Aunque lo triste, es que lo vemos hoy en día. Especialmente dentro de las doctrinas paganas de la prosperidad. Algunos usan su dinero para controlar a sus familias; otros pueden que amenacen con dejar de apoyar económicamente la iglesia local donde se congregan si es que no se hace lo que ellos quieren. De ahí que el apóstol Pablo le haya dicho a Timoteo: «Así que, si tenemos suficiente alimento y ropa, estemos contentos. Pero los que viven con la ambición de hacerse ricos caen en tentación y quedan atrapados por muchos deseos necios y dañinos que los hunden en la ruina y la destrucción. Pues el amor al dinero es la raíz de toda clase de mal; y algunas personas, en su intenso deseo por el dinero, se han desviado de la fe verdadera y se han causado muchas heridas dolorosas» (1 Timoteo 6.8–10 NTV).
Pero ¡qué diferencia vemos en nuestro Señor Jesús! Él tenía poder sobre las enfermedades y dolencias, y lo usaba para sanar a las personas. Tenía poder sobre la naturaleza y lo usaba para tranquilizar a los que pensaban que iban a morir. Tenía poder para multiplicar los alimentos y lo utilizaba para alimentar a miles de personas. Tenía poder sobre el pecado y perdonaba a los pecadores. Y tenía poder sobre su propia vida, pero renunció voluntariamente a ese poder para salvar a todo aquel que invoque su nombre (Romanos 10:13) y a quien busque la salvación de su alma.
Nuestro Señor Jesús poseía todo ese poder, pero lo usaba para servir a los demás. Sus discípulos le llamaban Señor, pero en el aposento alto, Él les lavó los pies, labor que realizaban los esclavos. Nuestro Salvador siempre usó lo que tenía para hacer el bien a otros. Así que, hermanos, en vez de usar nuestros recursos económicos para fines egoístas o personales, usémoslos para servir a los demás, porque ese es el ejemplo que nos dejó el Señor Jesús.
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