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El sacerdocio del Señor Jesús según el orden de Melquisedec




Enlace versión en video: https://youtu.be/UgrdTHJFay4


Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. (Salmo 110:4)


El sacerdocio del Señor Jesús es uno de los aspectos más profundos y gloriosos de su ministerio. En las Escrituras, se nos revela que Él no es un sacerdote como los de la tribu de Leví, sino según el orden de Melquisedec. Este sacerdocio es único, eterno y perfecto, y nos asegura que siempre tenemos un intercesor delante del Padre.


Melquisedec, mencionado en Génesis 14:18–20 y explicado en Hebreos 7, es una figura misteriosa que prefigura al Señor Jesús. Él fue rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, uniendo en su persona el rol de rey y sacerdote. De manera similar, el Señor Jesús es nuestro Rey de reyes y nuestro Sumo Sacerdote eterno.


El sacerdocio levítico era temporal, imperfecto y limitado, pues los sacerdotes eran hombres mortales y pecadores que ofrecían sacrificios repetidos por sus propios pecados, así como por los del pueblo. En contraste, el Señor Jesús, como sacerdote según el orden de Melquisedec, ofreció un único sacrificio perfecto: Su propia vida. Este sacrificio no necesita repetirse porque fue suficiente para siempre. Y Él no tuvo que ofrecer nada por sus pecados porque jamás cometió ninguno.


¿Qué significa esto para nosotros? Primero, que el Señor Jesús vive para siempre y su sacerdocio no tiene fin. En segundo lugar, significa que Él intercede constantemente por nosotros delante del Padre (Hebreos 7:25). Su vida sin pecado le permite ser el mediador perfecto entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5). Y finalmente, por medio del Señor Jesús, podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia, sabiendo que Él nos representa delante del Padre y aboga por nosotros (Hebreos 4:16).

El sacerdocio de Cristo nos da la seguridad de que no solo es nuestro salvador, sino también nuestro intercesor y rey eterno. En cada momento de necesidad, podemos acercarnos a Dios, por medio de Él, con la certeza de que su ministerio es perfecto y suficiente, y que Dios nos acepta en su Hijo.

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