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El sacrificio de Cristo



Mas él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. (Isaías 53:5)


El sacrificio vicario (sustitutivo) de Cristo es el acto central de amor en toda la historia de la humanidad. En la cruz, el Señor Jesús cargó con nuestros pecados y sufrió el castigo que nosotros merecíamos. Él fue nuestro sustituto, el Cordero perfecto que ofreció su vida para satisfacer la justicia de Dios, y mediante su muerte, nos reconcilió con el Padre (2 Corintios 5:19). Esta verdad debería impactar profundamente nuestras vidas, porque no hay mayor demostración de amor que esta: Él, siendo justo y sin pecado, tomó nuestro lugar.


A menudo, el mundo nos presenta la idea de que nuestros logros, obras o esfuerzos pueden justificar nuestra vida delante de Dios. Sin embargo, la Biblia es clara en que nada de lo que hagamos puede borrar el peso de nuestro pecado. Únicamente el sacrificio de Cristo, en su perfecta obediencia, fue suficiente para redimirnos. Al comprender esto, vemos que no podemos —ni debemos— agregar nada a su sacrificio perfecto, ni intentar «ganarnos» la salvación, pues es por fe (Efesios 2:8–9). Es un regalo inmerecido, una gracia inmensa que solo podemos aceptar en humildad.


Hermanos, reflexionemos sobre el amor de Cristo al tomar nuestro lugar. Pidamos al Espíritu Santo que mantenga siempre viva en nosotros la gratitud y la reverencia por este sacrificio. Que nuestras vidas sean una respuesta de amor y obediencia a quien dio todo por nosotros. Y reconozcamos que ya no vivimos para nosotros mismos, sino para aquel que murió y resucitó por nosotros (2 Corintios 5:15).


Demos gracias a nuestro Señor por el sacrificio perfecto que hizo en la cruz por nosotros. Ciertamente, no hay nada que podamos hacer para merecerlo. Pidamos a Dios que nos ayude a vivir cada día recordando el amor manifestado en Cristo y para responder a dicho amor con obediencia y gratitud. Y además, que nuestras vidas reflejen su sacrificio, para ser testimonios vivos de su gracia y su amor redentor. 

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