No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. (1 Juan 2:15–17)
Por la gracia de Dios, tuve la bendición de crecer en un hogar cristiano, y aunque solo mi madre era creyente, mi papá nunca se opuso a que en casa, por ejemplo, solo se escuchara música cristiana, ni que a diario mi mamá nos enseñara acerca de Dios y de su Palabra.
Una de las enseñanzas que mi mamá siempre nos repetía a mis hermanos y a mí, era sobre el amor a Dios. Ella nos decía: —Ustedes deben amar al Señor por sobre todas las cosas, Él debe ser lo primero en sus vidas, incluso, deben amarlo más que a la mamá y al papá. El Señor siempre debe estar primero en su vida y Él debe tener siempre el primer lugar en todo. Asimismo, nos enseñó lo que dicen los versículos del encabezado, que no debíamos amar, ni poner nuestro corazón y deseos en el mundo. En palabras que uno niño podía entender, nos explicaba por qué no debíamos amar el sistema mundano que está bajo el maligno (1 Juan 5:19).
Pero esta enseñanza no solo era de la boca hacia afuera, no era únicamente teórica, sino que ella predicaba con su ejemplo cada día. Siempre recuerdo, por ejemplo, despertar en la mañana y ver a mi madre de rodillas en la cocina, orando al Señor. Padres creyentes, créanme cuando les digo que este tipo de enseñanza cala hondo en el corazón y mente de un niño, y no saben cuánto impactó positivamente mi vida.
Sin embargo, hoy veo con dolor, como padres creyentes, incluso donde ambos son salvos, no les enseñan a sus hijos a amar a Dios por sobre todas las cosas. Prefieren llevarlos a alguna junta familiar que llevarlos a la iglesia. Les enseñan que está bien ver toda clase de cosas en la TV, internet y celular, y más encima les permiten que escuchen todo tipo de música, porque «son jóvenes». Padres, si ustedes les enseñan a amar al mundo a sus hijos desde pequeños, no se extrañen que cuando lleguen a la adolescencia quieran irse a tal lugar y le den la espalda a Dios.
Hay muchos padres cristianos que nunca les enseñaron a sus hijos a amar a Dios por sobre todas las cosas, sino que les enseñaron a amar al mundo en primer lugar, y hoy lamentan profundamente que sus hijos ya crecidos no quieren saber nada con Dios. Pueden ser «buenas personas» a los ojos del mundo, pero a los ojos de Dios, están condenados (Juan 3:18). Padres cristianos con niños pequeños, no cometan el mismo error que ellos, enséñenles a sus hijos a amar a Dios por sobre las cosas, pero háganlo con su ejemplo primeramente.
Comentários