Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel 4:35)
Muchas personas en el mundo atribuyen sus logros personales y los de otras personas al mero esfuerzo humano. Esto hacía un historiador estadounidense —Stephen E. Ambrose— quien creía que los héroes de aquel país fueron los que lo hicieron grande, tales como los presidentes Washington y Jefferson. Ambrose escribió: «Dios no tuvo nada que ver con ello, sino que fue la gente que lo hizo».
Esa perspectiva se centra en las notables contribuciones de hombres y mujeres ilustres, pero pensar así es no reconocer que detrás de estas personas está Dios guiando y controlan el ascenso o la caída de las naciones, bien dice su Palabra: «porque suyos son el poder y la sabiduría. Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes» (Daniel 2:20–21).
En este mismo libro, se nos relata acerca del rey Nabucodonosor, quien pensó que era el responsable de haber construido un gran reino. Se jactó diciendo: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?» (Daniel 4:30). Luego, nos dice la Biblia que esas palabras estaban aún en su boca cuando Dios lo humilló de tal manera que cambió su corazón reduciéndolo al de un animal, debiendo alimentarse de la hierba del campo. Y luego de siete años, su razón le fue devuelta, y dijo el versículo del encabezado:
Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces? (Daniel 4:35)
Mis hermanos, no nos dejemos engañar por los logros que podamos obtener o que otros puedan alcanzar, ya que si Dios no nos da la salud, la inteligencia y la capacidad de hacer dichas cosas, jamás podremos llevarlas a cabo. Por tanto, Él merece toda la alabanza. Bien dice su Palabra:
No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová. (Jeremías 9:23–24)
Es Dios quien obra en nosotros dándonos el deseo de obedecerlo y el poder para hacer su voluntad y, por tanto, merece toda nuestra adoración:
Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. (Filipenses 2:13)
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